martes, 25 de agosto de 2020

«Lindes del arte casual y gramática de los solares» mi colaboración en Arte Casual de Francisco Ferrer Lerín (fragmento)


«Lindes del arte casual y gramática de los solares» mi colaboración en Arte Casual de Francisco Ferrer Lerín (fragmento)



Arte Casual 

FRANCISCO FERRER LERÍN

(Athenaica, 2019)


Con las colaboraciones de:


Ignasi Aballí ∙ Frederic Amat ∙ Félix de Azúa ∙ Juan Buil ∙ Francesc Cornadó ∙ Ignacio Echevarría ∙ Jesús García Cívico ∙ Jordi Ibáñez ∙ Enrique Juncosa ∙ Tecla Lumbreras ∙ Jesús Martínez Clarà ∙ Luis Martínez Montiel ∙ Joël Mestre ∙ Margot Molina ∙ Jesús Palomino ∙ Elena Ruiz Sastre ∙ Fernando del Val ∙ Antonio Viñuales ∙ Pedro G. Romero




«A mediados de los ochenta, la práctica intensiva de la ornitología de campo —o de la variante lúdica que los anglosajones llaman bird-watching— llevó a Francisco Ferrer Lerín a recorrer escenarios periurbanos donde medran especies de clara antropofilia como el gorrión común, el estornino pinto o la abubilla. En esos escenarios —pequeños cultivos, ejidos, yermos, vertederos— el escritor descubrió, al tiempo que observaba las aves, manifestaciones espontáneas de arte contemporáneo, desprovistas de intencionalidad y fruto de actividades humanas de carácter funcional. A resultas de su hallazgo redactó, en 1984, un Manifiesto donde acuñaba el término Arte Casual (A.C.) e iniciaba un proceso de captación de muestras de dicho «género» mediante la cámara fotográfica, durante un periodo de gran efervescencia creativa en el que también abordó las primeras Acciones y proyectó los primeros Táctiles. Obra colectiva de prestigiosos autores y especialistas, entre ellos Félix de Azúa, Ignacio Echevarría, Jordi Ibáñez o Pedro G. Romero, el presente volumen evalúa desde diferentes perspectivas, que van del ensayo más académico al texto de creación, el trasfondo teórico de la propuesta de Ferrer Lerín y sus resultados —necesariamente efímeros, pero transmitidos por las instantáneas de las que se ofrece una muestra—, así como las muchas cuestiones derivadas de un planteamiento que, como leemos en el Manifiesto, no es sarcástico ni revanchista ni crítico ni iconoclasta, sino en definitiva «deudor del arte último porque éste nos ha enseñado a ver, a apreciar la descontextualización, las series, los nuevos agrupamientos de objetos, los acotamientos del espacio, los empaquetamientos, los apilamientos, el azar como fuente de placer estético».


*


Lindes del arte casual y gramática de los solares

Jesús García Cívico

 

Cuando en 1984 el poeta, o quizás ya, el artista total Francisco Ferrer Lerín, acuñaba la expresión «Arte casual» (AC), yo todavía frecuentaba los solares. Eran regiones del extrarradio en procesos de cambio de su uso, superficies heterogéneas en los límites de la ciudad, territorios poco industrializados en los márgenes cambiantes que unen o separan la ciudad del campo. Eran descampados excepcionalmente ocupados por muebles viejos, jirones de revista y objetos insólitos donde al levantar la cabeza de los cardos, las espiguillas y las achicorias amarillas uno distinguía primero el suave zumbido y luego el latigazo del tránsito fugaz de un tramo de autopista justo a la entrada de la ciudad en cuyas cunetas, al igual que en los lindes de otras infraestructuras, según es mi recuerdo, crecían amapolas viarias entre las grietas de alquitrán del nuevo asfalto. Lugares aparentemente sin vivencias, lugares de tránsito (de cierto tránsito), lugares de flujos dignos de olvido o que no impregnan y a la vez no-lugares en los términos del antropólogo Marc Augé que se caracterizaban, según ya sabía, tanto por cierta desafección en términos de sociabilidad humana como por la posibilidad de encontrar entre escombros y plantas ruderales (del latín rude-ris, escombro) objetos y olores muy distintos. Se distinguían también, según yo ignoraba —y si recurro a la prolepsis (en la doctrina estoica y epicúrea, conocimiento anticipado de una cosa), es decir, si recurro a aquello que solo pude saber mucho tiempo después, diría que se distinguían por la posibilidad de hallar en él una obra de arte casual, esto es, de acuerdo con la meditada definición del Manifiesto: «objetos o grupo de ellos, materiales sin vocación artística, que por su ubicación, colocación o combinación producen en el observador un placer visual sin haberlo pretendido el responsable de la situación».

En 1984, un artista de paseos y paisajes, Richard Long, rechazaba el Premio Turner en su primera edición. En lo que se refiere a las grandes coordenadas teóricas del arte, la década de los ochenta se resistía a definirse por una concreta oscilación entre la autonomía y el compromiso o por una determinada posición del péndulo entre la abstracción y lo figurativo y en su acelerado transcurrir quedaba el surco de una particular expresión del posmodernismo y una recurrente sensación de acabamiento. Más específicamente, como recuerda Benjamin H. D. Buchloh, en los años ochenta, cuando el concepto de postmodernidad estaba en auge, artistas como Georg Baselitz, Miguel Barceló o Mimo Paladino escarbaban en los predios del pasado, retomaban ciertas representaciones tradicionales y sorteaban de formas muy distintas la politización del arte y el compromiso con la realidad social. El panorama artístico en la época de las primeras Acciones y los primeros Táctiles de Ferrer Lerín se caracterizaba, en gran medida, por el abandono de algunos excesos teorizantes de tipo interdisciplinar, por la emergencia de nuevas políticas culturales como espacio de resistencia en un cruce de caminos (o de descampados) entre la vieja teoría de la desigualdad de clases y los nuevos temas de la diferencia de raza o género, de la ecología y la exclusión. Los años de la propuesta teórica de Ferrer Lerín se distinguían por distintas corrientes englobables bajo el rótulo de una posmodernidad plástica híbrida y ecléctica, por el retorno a distintas formas de pintura alegórica en gran medida aligeradas de la carga meta estética precedente y que ya apuntaban tanto a la reinterpretación y la mezcolanza de estilos y texturas como a instantes fugaces de una felicidad individual apasionada (o quizás, mejor de un placer solipsista), tanto al nomadismo fragmentario como a la ironía y la crítica corrosiva de los sistemas políticos, económicos pero también «culturales». Son los casos de Marlen Dumas («El mal es banal», 1984) que tomaba ese año como referente temático la provocativa y lúcida expresión de Hannah Arendt, de la remodelación de la historia de la fotografía de la artista y terapeuta Jo Spece, de la inspiración en la naturaleza de Miquel Barceló, del bad painting de Basquiat, del neoexpresionismo de Anselm Kiefer cuya primera exposición individual en España, «El viento, el tiempo, el silencio», tenía lugar en el Centro de Arte Reina Sofía en 1985 y cuya Vía Láctea semeja, de acuerdo con la interpretación más personal que aquí hago de los ecos del arte leriniano, tanto un campo quemado como una mirada a las estrellas, tanto un solar como un instante en la gran gramática de la creación.

Recuerdo perfectamente la cualidad insólita de los reflejos de un trozo enorme de cristal tintado empujado por las raíces de una higuera junto a una serie de plafones de amianto blancos señalizando caprichosamente otras zonas irregulares de un descampado anexo al terreno —llamado grandilocuentemente «Bulevar de las Avenidas»— donde iban a levantarse nuevos edificios para jóvenes cargados de un pesado paquete de esperanzas y una desventurada entidad bancaria dispuesta a financiarlas. Sobre la llana superficie del solar se aparece en la memoria el resto de un sillón desbaratado a la manera del arte destructivo de Kenneth Kemble. Hay noches todavía en que me aterra el espectral aspecto de un perchero equilibrado sobre un montículo de escombros; de alguna pálida forma aún distingo los pardos matices de una serie de hojas de metal dispuestas en una hilera casual y la espuma amarilla contorsionada (que esos días llamábamos «espuma pica-pica») como una de esas enormes —así me parecen ahora y no entonces— serpentinas sometidas a la oxidación de acuerdo con la menos casual voluntad de Richard Serra. ¿Y no invitaban, según entiendo ahora, también las obras de Jackson Pollock a ser leídas en todo el planeta y no solo en aquella autopista que dividía simétricamente los grandes descampados de Valencia como mapas aéreos de megalópolis con solares? Si en el futuro Ferrer Lerín iba a tener razón aquellas disposiciones casuales llevaban escritos en su lomo polvoriento el sello del arte [...] .


Un fragmento de:

Jesús García Cívico, «Lindes del arte casual y gramática de los solares», en Francisco Ferrer Lerín, Arte Casual, Sevilla: Athenaica, 2019, pp. 73-75.