lunes, 14 de marzo de 2022

Ficciones, las justas: una entrevista

 


Cuestionario de MAKMA para Jesús García Cívico
Bel Carrasco

—¿Me podrías aclarar el significado del título, Ficciones, las justas, que no lo acabo de pillar, y por qué solo música, cine y porno cuando se habla de todo, incluido el deporte?

    El título se hace eco de una petición difusa por parte de un sector de la sociedad: que las ficciones (literarias y audiovisuales) sean justas. Dicho esto, en el sentido de que piden que las obras o sus autores difundan o representen, respectivamente, una serie de valores morales y vidas ejemplares. Buscan (y, en sentido contrario, censuran) que una idea de justicia entendida como respeto de las diferencias, demandas de reconocimiento identitario o lucha contra la discriminación sexual y racial se integre en la ficción.
    Luego, el subtítulo es una forma razonada de respuesta colectiva (a ocho manos): se ofrecen reflexiones sobre la nueva moral y su papel en el cine, la música y la pornografía con el fin no solo de alertar sobre nuevas formas de censura sino de dar argumentos y datos al lector para pensar el fenómeno en toda su complejidad. Y tienes razón en que este ensayo es más amplio: en mi caso al tratar de comprender la nueva moral desde algunas transformaciones políticas y culturales más o menos recientes (anti-intelectualismo, resentimiento, horizontalismo postmoderno, hipersubjetividad, infantilización) incluyo ejemplos del deporte, la literatura y la filosofía.

—¿Qué vínculos unen a los cuatro autores?

    Te respondo como coordinador: ha sido la admiración que siento hacia el trabajo de estos autores en sus campos de conocimiento más específicos. Eva Peydró no es solo una de las críticas cinematográficas más inteligentes e internacionales sino una de las que escribe mejor. Tengo a Carlos Pérez de Ziriza como una referencia en la crítica musical, no solo por la profundidad y amplitud de sus conocimientos sino porque sabe conjugarlos con un posicionamiento cívico y sociopolítico sensible y coherente que lo hacía idóneo para escribir sobre la nueva moral en la música. Por su parte, Ana Valero es una investigadora muy prestigiosa en el ámbito de los derechos fundamentales y las libertades públicas pero además es una pensadora valiente, culta y perspicaz capaz de lidiar con lucidez, coraje e incluso con heroísmo en el campo del arte y en sus expresiones más polémicas.
Los invité a los tres y felizmente dijeron que sí.

—La censura existe desde el inicio de la civilización pero emana del poder civil y religioso. Sin embargo, hoy surge desde las bases sociales a través de internet y la redes. ¿Eso la hace más o menos dañina?

La hace más inquietante. Ana Valero explica muy bien ese chilling effect a través de la idea de «censura líquida», el nuevo «panóptico» sentimental (todos nos vigilamos a todos) y cómo el «sentimiento de ofensa» se perfila como el nuevo rasgo identitario que aglutina y genera cohesión entre los usuarios de una redes que hoy se caracterizan por su irritabilidad. Carlos Pérez de Ziriza ofrece el ejemplo del deterioro desproporcionado de la carrera profesional de Ryan Adams por una acusación aireada en la red, así como la presión electoral en la política cultural de algunos ayuntamientos en relación con grupos cuyas canciones podrían resultar «sexistas». Eva Peydró arroja nueva luz sobre casos conocidos como los de Bertolucci o Johnny Depp así como los últimos «debates» en la red a propósito de la racialización, el apropiacionismo cultural o la interpretación de personajes transgénero.

—También los sujetos y objetos de reprobación son completamente distintos. Racismo, homofobia, transfobia, violencia de género… ¿Cuáles serían los «Siete pecados capitales» de esta nueva moral?

La irracionalidad, el excesivo peso de los sentimientos y las emociones, el riesgo de dejar de disfrutar del arte y la cultura, el punitivismo, el retorno a formas medievales de castigo vergonzante (humillación pública en la red), el exhibicionismo moral, la tergiversación consciente como desprecio a la verdad. Esos siete pecados tienen un efecto perverso no solo sobre la creación artística sino sobre una causa justa: la protección de los grupos vulnerables, el respeto a los derechos de las minorías y de los «diferentes» y la igualdad económica, política y simbólica de la mujer.

—Entre los muchos casos de ‚cancelados‘ que citas, señala alguno que consideres más significativo. (A mí me irrita lo que pasa con Rowlin, por ejemplo).

Personalmente, me duele el de Woody Allen porque yo crecí viendo sus películas y me enamoré del tipo de mujer (inteligente y divertida) que las protagonizaba.

—La cultura de la cancelación se expande por todo Occidente pero muestra mayor contundencia en Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Se puede atribuir este hecho a su raíz calvinista y puritana? 

Sin duda ese factor cultural tiene un peso específico en países donde los derroteros puritanos de la corrección política permite hablar de «inquisidores amables» (kindly inquisitors) por decirlo con Jonathan Rauch, un periodista que analizó la cultura de la cancelación y sus diferencias con el debate racional de ideas. Carlos Pérez de Ziriza incluye la denuncia por pornografía infantil de Spencer Elden, el bebé de la portada de Nevermind, el disco de Nirvana o la polémica sobre una foto promocional de C. Tangana. Eva Peydró traza en el libro un sugestivo recorrido por la «ultracorrección» en Hollywood así como por la particularidad europea. Ana Valero incluye en su capítulo no solo una síntesis del erotismo en el arte, sino también del debate en el seno del feminismo y en la evolución jurisprudencial sobre lo obsceno en Estados Unidos.

—¿Se podría decir que este fenómenos al igual que la llamada 'cultura woke' expresa la mala conciencia acumulada a lo largo de siglos del hombre blanco, heterosexual y protestante? ¿También que demuestra la incapacidad del ser humano para gestionar su libertad por lo que prefiere depender de normas que orienten sus actos...y pensamientos (que es lo más perturbador)?

A mí lo que más me preocupa de la cultura woke y de esa mala conciencia de la que hablas (antes que el carácter extemporáneo y algo delirante de las «batallas culturales») es la forma en que acaba invisibilizando las demandas de justicia económica (una cuestión urgente y universal). Se ha demostrado que el énfasis en lo identitario en la agenda política va en menoscabo de la lucha por la distribución de la riqueza. 
Sobre la libertad, sé que mantengo una posición poco intutitiva y puede ser que minoritaria a este respecto (aunque uno de los últimos ensayos de Eloy Fernández Porta parece que vaya en este mismo sentido): la existencia de normas es un requisito necesario para la libertad. Necesitamos normas que orienten conductas, pero, ojo, entre esas normas se incluye la igualdad, la no discriminación, así como la libertad artística y de expresión. Otra cosa es que la gente asuma acríticamente una serie de nuevos dogmas y lugares comunes sobre los que no se ha detenido a reflexionar. La precariedad laboral, la aceleración, los nuevos formatos breves de comunicación, el solucionismo o la ruptura de los vínculos sociales tras décadas de individualismo neoliberal (no solo político, sino educativo y cultural) tampoco ayudan a ello.

—¿Hasta dónde nos puede conducir este revisionismo moralizante? ¿Se intuye una especie de bandazo en dirección opuesta como ha pasado tantas veces a lo largo de la historia?


Sí, esa dialéctica, por decirlo con Hegel, acabará generando una síntesis. Es ahí donde el libro señala algunos aspectos positivos de la nueva sensibilidad. En mi opinión, cae en la casilla del acierto la revisión de la historia si sirve para rescatar autores injustamente opacados (por ser mujer, negro, homosexual, etc.) o discursos silenciados (no necesariamente en clave decolonial, una vía llena de contradicciones a mi juicio). Luego, en el terreno de las ficciones, ¿no era raro que los pilotos de naves espaciales en mundos inventados fueran hombres rubios? Hoy reaccionamos ante la reproducción de arquetipos y se nos ha afinado el olfato para detectar sesgos y prejuicios simbólicos. Eva Peydró observa la evolución de artistas como Clint Eastwood o personajes como James Bond de forma similar. Estamos en una fase balbuceante y hay ficciones que integran la «nueva sensibilidad» de forma mecánica, grosera o superficial (el tokenismo), lo cual perjudica a su calidad artística, otras han sabido integrarlas de forma enriquecedora.

—La hipocresía o doble rasero que genera esta especie de caza de brujas y brujos puede alcanzar cotas alarmantes. ¿Qué opinas al respecto?

Que coincido contigo. Anadiría que la alarma ya ha saltado. Esa, junto al amor por el pensamiento, el arte y la literatura, es la razón de nuestro ensayo Ficciones las justas.