martes, 13 de septiembre de 2022

soportando Singular hasta ciertos límites

«Creemos en nuestra singularidad, es decir, en que siempre será posible encontrar un rasgo, así sea insignificante, capaz de distinguir a dos hombres entre sí. la singularidad, por otra parte, la soportamos hasta ciertos límites. En términos generales, podríamos decir que es una vanidad y un orgullo mientras prolonga propiedades compartidas por la mayoría [...] La singularidad total, por el contrario, asusta y aísla»

Alejandro Rossi, Manual del distraído, Barcelona: Anagrama, 1980, p. 11.




«Mi poder sobrenatural consiste en que puedo subir edificios y bajarlos de forma singular [...] De pequeño –lo he dejado caer sutilmente ya– subía y bajaba el estrecho deslunado de casa de mi abuela con el trazo nervioso de una lagartija adolescente y taciturna. Uno no tenía por qué saber si la capacidad adherente de aquella otra sustancia viscosa que escondía entre el hueco de los dedos, bajo las axilas y otras cavidades que no vienen todavía al caso, era algo que generalmente viene con el cuerpo porque, oportunamente, no existe en la niñez una perspectiva global de la anatomía del mundo, ni teorías omnicomprensivas acerca del destino que la vida reserva en este punto a los demás. 
[...]
Subo la fachada que se le antoja a mi singularidad (no siempre, sino cuando quiero comprobar mi cualidad, mi… poder especial) en unos nueve o diez saltos. Pumba, pumba, pumba, pumba, pumba, pumba, pumba, pumba, pumba. Todo depende de la altura, las aberturas accidentales y los pliegues del edificio y no sólo de mi idiosincrasia, claro. Trepo, principalmente, rellanos de muchos colores y escalones, subo con mi sello graderías, subo canaletas y zaguanes, me acuclillo pensativo en la balaustrada de recios balcones. Subo huecos de ascensor. 
Me pongo al timón de los barcos del puerto por la noche, me cuelgo del estrave de todos los buques que bogan en las horas más oscuras de los días entre medusas, plásticos y motores que la gente arroja desdichadamente en el océano. Lo hago imitando la posición invertida y el gesto de luto con el que hibernan en verano los murciélagos sin solera: negro, raro, polinizador, con la cabeza al desnuque y las orejas hacia abajo. 
Subo a trompicones, cornisas y dinteles, pumba, pumba, pumba, de balcón a balcón, ayudándome con la baba o superbaba. Trastabillándome, babeando, superbabeando, dando a todo con el hombro y con la axila, igual que un soldado asqueado por la guerra alcanza entre sollozos otra trinchera, de hostia sagrada en hostia consagrada, hostiándome y hastiándome (perdón), sí, ¡PUMBA!, ascendiendo a duras penas, pegado a las ventanas, besando con el raro engrudo que emana de mis labios el duro muro de hormigón, el venenoso picor de la uralita; agarrando unas décimas de segundo los hierros fríos, las huellas de los otros, la sangre de nuestros antecesores, los maceteros mojados por la regadera, la gravitación interna del pasado. 
Subo y por ver la luna de mentira me dejo la piel; subo, derramo pegamento y observo por un instante indiscreto y loco, entre grietas e irregularidades del cemento, baba y úlceras de hormigón, el tipo de vida –habitualmente más convencional– que la gente sin cualidades especiales lleva dentro de sus casas. 
Un avechucho, incontestablemente, soy.»

Jesús García Cívico, Singular, Valencia: Che Books, Contrabando, 2018, pp. 24-27.





miércoles, 7 de septiembre de 2022

Una reseña de La condición despistada por Luis Manuel Ruiz en Diario de Sevilla

Diario de Sevilla, 21 de agosto, 2022

LA CONDICIÓN DESPISTADA | CRÍTICA

Perder el norte

por Luis Manuel Ruiz

Jesús García Cívico propone un sorprendente estudio sobre un tema singular, el despiste y el hábito de estar en las nubes



El ensayista y profesor Jesús García Cívico (Valencia, 1969).


LUIS MANUEL RUIZ

21 Agosto, 2022 - 06:16h


La condición despistada. Jesús García Civico. Candaya, 2022. 374 páginas, 19 euros


Pese a constituir uno de los elementos medulares de la filosofía, la literatura o el arte (o, por ponernos kantianos, su misma condición de posibilidad), nadie, que sepamos con certeza, había acometido hasta la fecha un estudio en profundidad del despiste. Jesús García Cívico, profesor de la Universidad Jaume I, crítico cultural, polígrafo y polímata (según se deja sentir por su propio texto), se arroja a la tarea motivado por razones que le tocan de cerca: él es un soberbio despistado. Después de haber perdido (nos confiesa) llaves, los coches de esas llaves, papeles, ordenadores, manuscritos, el camino de vuelta a casa, incluso a la mujer que le aguardaba en esa casa, Cívico se detiene y comienza a interrogarse por esa extraña tendencia, la distracción, que vuelve su vida de aire y escamotea sus pasos en cuanto intenta reconstruir el trayecto que le ha llevado hasta sí mismo. La pulsión autobiográfica, aunque lateral, es una de las más poderosas de este libro curioso, a la vez anecdotario, memorial, enciclopedia, catálogo. Más allá de ella, el fin confeso (y confuso) radica en una zambullida en las corrientes de la distracción y todo cuanto conlleva, en todos sus aspectos y manifestaciones, metafísicas, poéticas, vivenciales, cinematográficas.


En primer lugar, el autor trata de circunscribir el campo semántico de la inopia. Reúne en torno a sí todos los sinónimos que es capaz de encontrar por un sitio y otro (que son bastantes, porque Cívico ama los vagabundeos), despiste, extravío, abstracción, aturdimiento, incluidas las muchas metáforas que al respecto pueblan el habla cotidiana. En este sentido, una posee valor emblemático sobre las demás: estar en las nubes. En las nubes vive el alucinado, el atontado, el lelo, el que no se entera de nada, el fantasioso y el idealista, pero también el científico que busca salida a una fórmula y, sobre todo, el filósofo: basta mencionar al respecto (como hace Cívico, entre una larga batería de alusiones más) los sarcasmos de Aristófanes contra un ampuloso Sócrates en Las nubes, donde instalaba una escuela de sofística en las alturas, o el batacazo de Tales de Mileto al observar las estrellas, inicio para Hans Blumemberg del pensar teórico como tal. La conclusión de nuestro autor es que todos, en algún momento (y no sólo creadores e intelectuales) volamos inadvertidamente a otra parte, que a todos se nos va el santo al cielo y que todos, más o menos, estamos en babia si se dan las circunstancias precisas, porque (y de ahí el título), la distracción es más una condición humana que un mero estado o patología. Por todo ello, contra Shelley y el romanticismo germánico, el titán que representa a la raza humana sería, más que Prometeo (“aquel que piensa antes”), el atolondrado Epimeteo, que en el mito de Platón se olvida de armar al hombre contra los rigores de la naturaleza, y que en el de Hesíodo acepta a la nefasta Pandora, fuente de todos los males futuros.


«SELVÁTICA, DESMEDIDA, ERUDITA, AMENÍSIMA, LA OBRA POSEE UNA RARA CLARIVIDENCIA»




Hay algo que nos llama desde otro lado, una inercia invencible que nos arrastra arriba o adentro (al ensimismamiento, en la expresión de Ortega); pero a la vez, irremisiblemente, esa fuga necesita de un punto fijo que nos haga regresar, de alguien o algo que nos recuerde el mundo de la materia y devuelva nuestros pies al suelo. Con ser antipático, este papel de recordador resulta por completo imprescindible si hemos de atender a detalles puntuales como alimentarse, ir al trabajo o cuidar de nuestros hijos: la dialéctica entre vuelo y aterrizaje, elevación y costalazo, ensimismamiento y alteración, vertebra la esencia humana y es, quizá, el tuétano profundo del libro. Para personificar al recordador, esto es, al tirón de orejas que tan desconsideradamente nos devuelve a la tierra, Cívico recurre a un personaje de Jonathan Swift llamado flapper o climenole. En la tercera parte de Los viajes de Gulliver se describe la portentosa isla de Laputa, elevada en el aire, poblada por una nación de astrónomos, filósofos, científicos, intelectuales de toda laya: dichos habitantes, entregados a sus pensamientos, pasan el día elucubrándose y extasiándose ante abstracciones que les hacen olvidarse por completo de sus cuerpos y del lugar que ocupan; por cuanto les son necesarios los servicios de ciertos sirvientes llamados climenoles, que les golpean los ojos o la boca con vejigas llenos de guisantes siempre que necesitan descender. Cívico aporta una larga lista de climenoles con los que debemos enfrentarnos a diario: la familia, el jefe, los impuestos, el sentido común, y, en última pero primerísima instancia, la muerte.


Selvática, desmedida, erudita, amenísima, La condición despistada es una obra de una rara clarividencia que servirá a muchos, como este que escribe, para comprender mejor sus propios despistes y franquezas, y para comprobar que afortunadamente no está solo: marcar correctamente el norte, a pesar de las brújulas, no se nos da bien a todos.