Hermosa casa del temblor y de la risa:
sobre el primer título de Ediciones Canibaal
sobre el primer título de Ediciones Canibaal
Ximo Rochera
Que Una casa holandesa (ego) aforismos en Word, poemas con auto-reverse (Ediciones Canibaal, 2014) es una obra personalísima y atípica es una cuestión sobre la que cabría insistir una y otra vez, o como diría su autor, García Cívico, una, otra y otra vez.
De entrada, el título que cobija este volumen inclasificable, cuidadísimo, bello y «con marchamo de objet d´art» con la que Ediciones Canibaal abre su colección de libros, parece plantear tanto una revisión sobre los géneros literarios breves más o menos convencionales, como razonables dudas acerca de cuál sería el estante idóneo para cobijarlo en la librería o cuál el rótulo de la sección donde emprender mejor la tarea de su crítica.
¿Qué es un (ego) aforismo? ¿Qué significa que estos estén escritos en Word? ¿Y qué implica que un poema tenga auto-reverse? ¿Dónde ubicar un volumen donde emergen, recurriendo a la imagen del también raro Felisberto Hernández como islas de plantas en la casa inundada, derivas, poemas con pasatiempo, aforismos, adhesiones musicales, fotografías, microrrelatos, preguntas, improbables vidas de santos, monólogos teatrales de ciencia ficción, oración fúnebre para hormigas, glosa de sueños y una alambicada serie de pequeños nuevos géneros de naturaleza hiperbreve?
En primer lugar, la afortunada expresión «(ego) aforismo» en su título remite al objeto de lo tratado en el libro brevemente: un aspecto particular del sujeto contemporáneo, su ego. La pregunta acerca de por qué el formato en Word, la responde el propio autor tanto en el frontispicio de Paul Valery (había contraído yo ese mal, ese gusto perverso por la reasunción indefinida y esa complacencia por el estado reversible de las obras) como en el epílogo o meta-pecio final: el procesador Word como metáfora no sólo de la posibilidad de regresar (añadir, quitar, corregir) ad nauseam sobre el texto sino también de la fragilidad y de la vacilación: escribir en Word no es como tallar en una piedra, trazar el relato de lo vivido o de lo pensado, tampoco lo es.
He aquí una primera clave para la lectura de este libro tan particular que presentamos: hasta en los enunciados más sencillos que contiene anida tanto la conciencia de la fragilidad de la escritura, y por tanto de la vida, como las vívida contradicción entre el inexorable fluir de nuestra existencia y el carácter móvil, diríase que inquieto, del pasado. Con todo ello, este libro, en el tono de esos chistes que los protagonistas de filmes americanos se permiten en situaciones terminales, no es en ningún momento ni atormentado ni sombrío sino amable y luminoso; incluso cuando se coincide en definir el mundo como un lodazal, leemos: «Nada era hermoso. Dejemos de mistificar tanto el pasado. Sin embargo fue real: una forma incontestablemente superior de la hermosura».
En lo que toca a la ubicación de este volumen, compendio de géneros, todos breves, me da la impresión, tras la pausada, sorprendida y emocionante lectura de Una casa holandesa (ego) aforismos en Word, poemas con auto-reverse (en adelante Una casa holandesa) que este libro debe ubicarse definitivamente en la sección de poesía. Libro muy poético pero no por la poesia de varios registros que contiene (poesía convencional conceptual, concretismo) insertada de forma natural entre los aforismos, sino por el empuje, por el impulso, por así decir, que anima toda la obra. Tal es el aliento poético, el cuidado métrico, la búsqueda de la eufonía y el tratamiento rítmico de los (ego) aforismos y no sólo de los poemas en Word.
Una casa holandesa es una obra personalísima de rótulo y género atípico es por ello que la hemos escogido para la colección de Ediciones Canibaal.
Sobre el autor, García Cívico (Valencia, 1969) es un peculiar cultivador de géneros muy diversos. Aunque en la actualidad es profesor de Filosofía política y del derecho en la Universitat Jaume I de Castellón, Cívico ha desarrollado los trabajos más dispares (la mayor parte de ellos viajando por el extranjero) y es colaborador y crítico literario en publicaciones muy diversas. Sobre sus obsesiones temáticas, de García Cívico resulta posible encontrar rebuscadas reflexiones –muchas de ellas al límite de lo verosímil– que ponen en contacto, por ejemplo, los ferales o niños selváticos con la filosofía jurídica («Ser niño lobo y otras naturalezas descorazonadoras»); la música punk con las tesis socio-cinematográficas sobre la comedia sentimental de Stanley Cavell; los libros autobiográficos de Werner Herzog o la Europa devastada tras la derrota del nazismo con la última adaptación de Pierre Drieu La Rochelle («Repentina conciencia de una simetría de la desolación»); la correlación entre el calentamiento global y la proliferación de artistas polacos; el cine de Ingmar Bergman con el grupo pop-folk norteamericano Decemberists («Cómo sobrevivir al invierno de la posmodernidad»); sumarios de lo que Cívico llama originalmente los torcidos, escritores raros o malditos que abandonaron paralelamente dos universos normativos, el universo legislativo y el del canon estético dominante: de Franz Kafka a Javier Tomeo; de Witold Grombowicz a Macedonio Fernández. Todas ellas en la sección de fitzgeraldiano título («Hermosos y malditas») que mantiene en la Revista on-line El Hype. Investigador invitado en numerosas universidades extranjeras, ha colaborado también en Pasajes Revista de Pensamiento o en la edición española de Le Monde Diplomatique.
Por su parte, la editorial Canibaal trata desde 2013 de acercar las vanguardias del siglo XX y las tendencias actuales más novedosas. El propio nombre de la revista Canibaal que le dimos hace ya varios años deriva de la fusión entre Cannibale, la dadaísta editada por Francis Picabia en 1920 y Baal Babilonia el título del patafísico Fernando Arrabal. Con cuatro números editados creemos que Canibaal puede ser ya un referente entre las revistas ilustradas de alta calidad en lengua castellana y ha contado gracias al impulso de Pinto Briones, Aldo Alcota, Fran Amador y yo mismo, con colaboraciones de artistas y escritores de la talla de Francisco Ferrer Lerín, Enrique Vila-Matas, Alejandro Jodorowsky, Agustín Fernández Mallo, Julián Herbert, Mario Santiago Papasquiaro, Antonio Beneyto, Carmen Calvo, Ana Curra, Chema Madoz, Jacobo Siruela y muchos otros que han elogiado el riesgo y la oportunidad de una publicación así.
Una casa holandesa, el volumen que abre ahora su colección de literatura se presenta, en el formato típico de los productos al que damos sello made in Canibaal como un obra total. Tan es así que si es cierto que las obras de arte contemporáneo o de vanguardia tienen una fracción de imagen y otra teórica o discursiva –que sugiera modos de entenderla y disfrutarla– lo mismo ocurre con esta suerte de paseo pornográfico por el corazón del envés del narcisismo. La obra de la artista plástica Carmen Calvo, Premio Nacional de las Artes Plásticas 2013, «Cuando el bosque tiembla y sangra» escogida como imagen de la cubierta apunta muy bien el falso tono introspectivo o de (ego) ficción de la casa holandesa pero es el estupendo prólogo del crítico, poeta y profesor universitario Pablo Miravet lo que, según lo veo, suministra explícitamente las claves de su comprensión y disfrute.
En primer lugar, esta suma de textos breves (nanotextos, aforismos, microrrelatos y micro-retratos, anécdotas barrocas o burlescas y poemas) no es ni una miscelánea de fragmentos casualmente distribuidos ni en modo alguno la obra de un sujeto complacido ni obsesionado con su yo; «más bien al contrario: los señuelos egotistas (empezando por el rótulo del libro) dejados en el camino apenas encubren una continuada –y francamente divertida– tarea de auto-demolición». Como continúa Miravet, el egotismo de Cívico es un «egotismo negativo», y su trabajo literario de auto-observación sarcástica y zaheridora se inscribe, filosóficamente hablando, en lo que de modo tentativo cabría llamar la «herida narcisista». Sí, a las clásicas mortificaciones al yo expresadas por Freud en su Introducción al psicoanálisis, propinadas por la astronomía (sacando a la Tierra del centro del Universo), la biología (situando al hombre no como privilegio de la creación sino como deriva de un primate) y el propio psicoanálisis (privando al yo, merced al «resto» existente entre la psique y la conciencia, del pleno dominio de su casa) Una casa holandesa añade otra: para Miravet, «la ironía filosófica y el poder corrosivo del texto de Cívico radica en que el autor recusándose mediante la auto-demolición pone al mismo tiempo en solfa al tiempo narcisista o egotista que vivimos y padecemos.
Una casa holandesa acoge, sobre todo, aliento poético y risas oscuras –a la vez divertidas y terribles– a propósito del carácter ínfimo de nuestra existencia y en particular sobre la solemnidad con que nos tomamos el yo. Creo que se puede decir que la forma y el fondo van en este libro coherentemente de la mano: si de la existencia humana destaca sobre todo su brevedad, el formato para contarla ha de ser nimio. En efecto, partiendo de la nuestra ridícula ontología, el ánimo del autor no es otro que reírse profundamente del ego narcisista considerado como expresión más actual (e improcedente) de lo solemne. La trasparencia de una forma rebuscada pero amable de pensar y de sentir («trato de hablar siempre con alguien como si su madre estuviera delante» dice Cívico en un ego aforismo), la apertura a la vez inteligente y tierna de observar pasajeramente el mundo aclaran pronto el significado de la imagen-metáfora «casa holandesa» desde donde se observa con lucidez el pensar y el sentir más íntimos pero a la vez las señas típicas del tiempo que vivimos.
Procede, además, otra advertencia al lector de este libro desconcertante y cautivador: la ironía puede ser oscura y rebuscada pero siempre está ahí. Lo está incluso cuando el autor menciona esos días en los que «la muerte se antoja más llevadera que la vida», cuando define el genocidio como actividad propiamente humana, trae a colación el barroco fúnebre de Barthes o recuerda la historia del hombre, en expresión de Hegel, como inmenso matadero. Incluso cuando el microtexto remite a las noticias sobre la antropofagia de grupos criminales salidos de la guerra de los Balcanes, el motivo que mueve al autor a escribir, o como diría él, a escribirse en Word, no es otro que la búsqueda y la ganas de compartir la risa. Esa risa que expresada en la sátira y la parodia tiene como presa favorita —como sabemos por Rabelais, Cervantes o Jonathan Swift—lo solemne.
Cabe insistir: lo solemne no es el ego solo, el objeto solemne que Cívico toma como presa de sus poemas y aforismos, es, en el plano más individual también el yo, más concretamente la seriedad con la que nos tomamos a nosotros mismos, la vanidad, la afectación o el narcisismo; y ampliando el espectro –en un plano colectivo– la nación, la crueldad, las religiones, el terrorismo «y el resto de deportes de equipo», el tiempo y en concreto las confusas nociones de progreso y de futuro. En consonancia con tal impulso temático, es posible comprender mejor por qué poemas ejemplares como el que abre el libro («Hipopótamos») terminan… ¡con un pasatiempo!
Sí, en un momento en la que el narcisismo de la imagen, de la virtud, del expediente o de la carrera es todo un signo epocal, Una casa holandesa con toda su tonalidad introspectiva conduce, como se ha señalado acertadamente, a través de las más finas de las auto-parodias, a través del más melancólico de los (ego) fustigamientos a través de aforismos y poemas desprovistos de solemnidad y grandilocuencia, hacia temas universales. Temas que constatan lo breve, lo frágil, pero también en muchos puntos la belleza de lo ridículo y de lo risible que hay en nuestra peculiar naturaleza: la infancia, el viaje, la decepción y la muerte. Escribe Cívico: «A veces temo o me temo que todos, todos sin excepción, vayamos a morirnos o a morir».
Tras «Hipopótamos, poema con pasatiempo», el volumen abre con una sección cuyo rótulo debe matizarse: Pornografías. «De bebé me gustaba pasar las horas fumando desnudo delante del espejo» es un claro ejemplo de la intención estética y del valor de verdad que cabe otorgar a muchos de los nano textos de esta sección. ¿Sólo una broma? En realidad de lo que se está tratando una, otra y otra vez es de la trampa del tiempo: «Levantarse calibrando la irreparabilidad del futuro, aventurando el pasado, ese lapso de tiempo impredecible». En efecto, como leemos más adelante, es el futuro lo que resulta no sólo predecible sino ontológicamente irremediable. En él nos espera de forma indefectible la muerte. Sin embargo, el pasado se presenta como lapso breve asombrosamente dúctil y, lo que es más desconcertante, divertidamente impredecible. La pornografía aparece, empero, al situar la mirada que aventura el pasado, demasiado cerca del objeto y no siempre resulta fácil al lector distinguir el gesto puramente punk y la sonrisa divertida de su autor, es quizás en este punto donde aparecen justificadas tanto las fotografías del propio Cívico sobre muros y solares que evocan la España de los años 70 como el aparato musical suministrado a pie de página.
Al retrato fragmentado de episodios personales (en realidad universales) sobre la niñez (estupenda la visión de la manipulación de los recuerdos de la infancia por parte del adulto descrita como «traqueotomía antes de tomar el postre») sigue una serie de aforismos más o menos ortodoxos («No terminar de encontrar una postura cómoda en el intervalo que media entre el ovillo uterino y la rigidez post mortem») que tienen la decepción como tema nuclear. La nostalgia de las primeras lecturas (Robert Louis Stevenson, Alan Poe, Conan Doyle o H. P. Lovecraft son héroes que aparecenuna, otra y otra vez en el volumen) va de la mano de un proceso de contrariedad: el mundo no le llega a la literatura a la suela de los zapatos. A partir de ahí, se hace evidente que el de Cívico es un libro tierno pero sumamente afilado, resentido y agradecido al arte, un libro lleno de un pesimismo agradable fruto de un primer optimismo… decepcionado.
Puestos a decepcionarse se poetiza aforísticamente una escalera de desencantos vertiginosa: primero la condición de bebé, los padres, desde luego, pronto la educación católica, enseguida la Iglesia y la patria, de ahí todas las religiones, todas las naciones, todos… los clubes de fútbol, la Historia toda. Pronto se desilusiona uno de la virtud; salta Cívico de ahí a decepcionarse del planeta, luego del sistema solar y del cosmos y al final… de uno mismo: «La Tierra es un esferoide oblato achatado por los polos, con un abultamiento alrededor del ecuador y una ligera inclinación hacia el mal gusto, la crueldad y el pensamiento reaccionario.»
A partir de ahí se suceden los dardos afilados, los microtextos tiernamente envenenados («Mi abuela era Nietzsche»), bellos poemas como el que homenajea al checo Bohumil Hrabal y que ha resultado incluido en distintas antologías («It feels like I´m everywhere»), retratos francamente divertidos como el que refiere la niñez de Heidegger o la huida del sociólogo T. H. Marshall ante el incremento de la miseria en España, nano textos particularmente acertados: «De repente ante los sueños como frente a la nevera: ignorando exactamente qué fuimos a buscar allí.»; «Su bicicleta se estrelló contra la montaña… no la vio venir»; «Podemos sobreponernos a todos los infortunios pero me temo que no a la felicidad», y así el libro condensa poemas sobre el amor conyugal y los suplementos dominicales de critica de productos culturales («Topless»), despedidas galácticas y metafísicas mientras suenan de fondo Simon & Garfunkel, máximas «mininas» nada adoctrinadoras, dardos sutiles en la línea musical dreampop Cocteau Twins-Beach House, consejos poco moralizadores, fracasos, humor negro, viajes, conciencia mórbida de la fugacidad, historias del hombre dormido sobre las que el maestro Lichtenberg invitó a pensar.
Que la de Cívico es una voz personal, y por tanto extrañísima, es una cuestión que se hace pronto evidente al lector que se acerca a este hermoso y terrible, aterrador y divertido volumen. Creo que Una casa holandesa, el ánimo holandés, «el vaciamiento Cívico», por así decir, es su particular, y en muchos puntos arriesgado intento de responder a los desafíos más conocidos de dos de las estrellas de su sistema solar o de lo que llega a llamar su «universo santo de hombre profano» Nietzsche y Gombrowicz: Respecto al primero Cívico ha tratado de crearse su propio valor. Respecto al segundo,Una casa holandesa con su insistente apelación a las virtudes del procesador de textos Word, resuelve de forma pragmática el desafío planteado en el Ferdydurke acerca de cómo dar forma permanente a la inmadurez.
Un volumen donde no falta nada, al revés. En muchos puntos se ha dicho, creo que con razón, que puede resultar excesivo (un efecto quizás buscado de su deliberado tono pornográfico), es por ello que se recomienda su lectura reposada, la digestión lenta y en caso de saturación, el aplazamiento para regresar tomado aire hacia él. El recargamiento de García Cívico es también un reflejo de la avidez y del capricho de vivir. En contraste con el mundo y con la vida el microcosmos del nanotexto muchas veces meta-poético, como prolongación modesta, y por tanto sincera, del universo artístico y literario resulta sorprendente y nada predecible.
Pero me gustaría acabar suscribiendo el final del estupendo prólogo del primer título de nuestra colección. Dice Miravet que «la lectura demorada de Una casa holandesa suscitará todo tipo de sensaciones agradables en el receptor atento, a comenzar por la alegría, e incluso el júbilo, un júbilo equiparable al que experimenta el náufrago condenado a muerte cuando inopinadamente aparece una tabla salvadora en medio de la tempestad». Y luego: «Una casa holandesa no es una burda exhibición culti-herida, un ejercicio de showing off intelectual o, peor todavía, un desmelenado y gimnástico derrame de name-dropping. La tortuosa y prolongada gestación de este extraño y cautivador volumen –el formidable denuedo, los muchos años de lecturas y los desvelos epimeteicos que Cívico le ha dedicado– lo acercan, más bien, al dispendio, al derroche y al don, dicho esto en el sentido de que lo que te dispones a leer es una especie de «libro potlatch» alejado de cualquier cálculo contable y de toda previsión utilitaria, un regalo con el que el autor devuelve con creces lo que ha recibido y lo que ha hallado en su inacabada y tenaz pesquisa. Abre cautelosamente la puerta de esta casa holandesa, lector, y sé lento y cuidadoso. Tropezarás con gratas reviviscencias, sonreirás –y aun te reirás a carcajadas–, cabecearás en señal de aprobación, arquearás las cejas y, probablemente, te reconocerás en muchos ego-aforismos; tal vez te sea dado tomarte un respiro en una de sus habitaciones, en un pasillo, en la buhardilla o en la terraza, pero nada garantiza que puedas sentirte seguro.»
Ximo Rochera