Las últimas películas que he visto (tras 15 días de vida monacal en Bilbao, sin cine ni TV) tienen mucho en común.
El duque de Burgundy (Strickland, 2014) no es una película de lesbianas sadomasoquistas orinándose unas a otras como Todos quieren algo (Linklater, 2016) no es una película de jóvenes machistas, baseball y testosterona. Son dos películas que tratan sobre el lugar que el pasado (y el amor) ocupan en la marcha del tiempo.
Hay una cosa que ocurre con el tiempo, lo descubrieron los grandes poetas y algunos directores de cine: avanzar en la descripción del futuro es la única forma de comprender el pasado.
¡El cuadro del pasado sólo se dibuja en el futuro!
2046, la película de Wong Kar Wai, trata, entre otras cosas, de un escritor que escribe sobre el futuro porque sabe que hay un vagón en ese tren que esconde la música de sus recuerdos.
Me gusta de ella, sobre todo, la "Polonaise" de Shigeru Umebayashi pero he tratado de compensar mi absoluta falta de talento con el piano con mucha voluntad para sacar algo parecido al "Adagio" de Secret Garden y Rolf Løvland.