Incluso en las épocas más tenebrosas del espíritu...
esas que uno se empeña inútilmente en enterrar, suele haber momentos, rostros y atmósferas que debemos retener en nombre de la completitud de nuestro ser. Esto es lo que me ocurrió con el autor de este aterrador relato que se disponen a leer. Conocí a Esteban Rey en la sala de espera de una Unidad de Conductas Adictivas de la Avenida del Puerto. Yo acudía regularmente allí como consecuencia de una recaída politoxicómana sufrida al terminar mis estudios de Filosofía y Letras. Él, sombrío y solitario, parecía adicto a la desaparición y la huida. Ambos bebíamos de más. Ambos sufríamos sueños con símbolos y significados, ambos padecíamos raptos de auto decepción, un temperamento fatídico y una lamentable propensión a olvidar. Nuestra subjetividad era todavía literaria y en cierta manera refractaria a la densidad de imagen del capital. En la conocida clasificación de Josep Pla, no éramos «amigos», no éramos «conocidos», apenas éramos «saludados» pero sus «holas» proferidos de canto, sus «malos días» y «malas noches» al despedirse y aparecerse en su triciclo, acompañados siempre de una vertiginosa contorsión venían tentativamente rodeados de signos que por una recóndita razón yo creí entender bien.
Había algo en aquella complicidad misteriosa afín a ciertas e incomunicables pérdidas, a depresiones periódicas y a ignotas ciencias ancestrales. Algo había en nuestra episódica connivencia de una naturaleza tal que no me extrañó que el día que definitivamente desapareció me escribiera una carta convirtiéndome en albacea de sus aterradores relatos. Quizás porque nuestros cruces acontecían en espacios poco transitados, en solares del extrarradio, en locales sin horario, en los sótanos de algunas librerías de lance de Ruzafa, en franjas de costa desolada, dunas vacías y gasolineras de la autopista a Carcaixent (los no-lugares de Marc Augé), cuando se presentó, con su imponente altura, su sobrepeso y su aspecto hindú, y caí en la cuenta de la traducción al ingles de su nombre ambos repetimos de memoria el mismo fragmento de Salems Lot y él debió interpretar aquello como un «sí» ¿Fue esa la razón?
Es posible que ya no importe el por qué. Donde quiera que se marchara Esteban Rey aprobaría que el lector de Estefanía comenzara a recorrer con este título el Solar maldito, el frío descampado de su tenebrosa ficción.
Jesús García Cívico, Valencia, 27 de marzo de 2024
Rey, Esteban, Solar maldito, con prólogo de Jesús García Cívico (testaferro), Proyecto Estefanía. Colección Bloody Moon, 2024.
Heme Brazo (editor)
Solar Maldito
GolemFest Fiesta de la lectura
Stephen King
Esteban Rey
Fotos: Kowalski Bellas Artes Etc y Mrs. Pinkington
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