viernes, 25 de noviembre de 2011

Por qué soy monárquico (y no un sano meritócrata de izquierdas)

Antes que a un jefe de estado que crea estar ahí por sus propios méritos prefiero a un rey de los de toda la vida. Fascinado por la parte dramática del poder soy, he de confesarlo, profundamente monárquico.
Soy monárquico de reyes herméticos, de esos que se toman en serio su raigambre divina, monarcas con capa de pluma de oso blanco moteada de puntitos negros como un estirado perro dálmata. Reyes que nunca miran a la cara al pueblo y parecen conocerse bien cada muesca de su cetro de oro.
Por eso soy monárquico pero desde luego no soy juancarlista. De los reyes de hoy llevo mal su afán por igualarse. Su cercanía, su calculada chabacanería, su curiosa obsesión por el deporte. Su "yo también soy uno de vosotros":
Soporto bien que me traten como a un vasallo pero no que me tomen por imbécil.


También los enanos empezaron pequeños, Werner Herzog, 1970 

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