Abstract
"ruido de veleta": kilométrica, rocosa y seguramente arriesgada sobreexposición de uno mismo con el hilo conductor de la relación del bloguero con una cita de Ferlosio, malentendidos sociales pero también vitales y quizás la inmadurez como trasfondo
Palabras clave: ruido, veleta
Llevo muchos días sin salir de la gesthouse y de la biblioteca de la Universidad de Radboud y es cierto que este apartamento se ha convertido en un universo cálida, meticulosamente ordenado: en una mesa extendidos los diferentes textos sobre refugiados, extranjeros, gitanos, apátridas y otras minorías con los que trabajo; en otra un par de ordenadores portátiles con los que resuelvo cuestiones administrativas, docentes, respondo correos, preparo clases, escribo. Un vez por semana bajo a la ciudad a ver a los cisnes negros que no son una banda holandesa de rock gótico sino un par de anátidas, oscuras, anseriformes aves con las que he trabado si no una amistad sí una cierta complicidad muy relacionada con su afán por buscar el sol en la parte más cálida del lago donde se hallan confinadas.
Me permito al caer la noche leer "Diaro de Invierno" de Paul Auster. Estoy contento porque he encontrado al fin tiempo para hacer cosas que normalmente no puedo hacer en casa, por ejemplo escuchar hasta bien entrada la noche a Leos Janácek, ver RTVE a la carta, poner una y otra vez el programa "Carne cruda" de Radio 3 o leer el excelente blog de Clément Cadou.
A la vez madrugo mucho, y quizás por ese sin fin de actos excesivamente conscientes en la soledad de este universo armónico he creído detectar por omisión (o por reducción de la extensión) un cierto malestar por parte de algunos compañeros del lugar donde trabajo y me pongo a pensar a qué se ha podido deber. En fin, en fin, serán imaginaciones mías, me digo, aunque a veces envuelto en complicados malentendidos algo se ha interpretado contra mi intención y desde la nebulosa cena del pasado ha regresado a mis oídos fuera de contexto una boutade de pésimo gusto en la que no me reconozco. Me siento fatal cuando pasan esas cosas. ¿Da todo esto para una entrada en el blog?
La lectura del libro de Auster me ha hecho evocar mis propios recuerdos. A su vez, cuando leo el blog de mi amigo Clément Cadou recuerdo que su autor me regaló una vez una novela, creo que una de Thomas Bernhard que me había dedicado frontispiciándola con un selecto extracto de un texto de Sánchez Ferlosio. Venía a retratar (no lo tengo delante) a alguien que preocupado porque la veleta se había quedado atrapada por la herrumbre se molesta en subir y desatascarla siendo acusado por la gente de querer manejar el viento a su antojo.
De todo lo que sigue, no cabe deducirse, por supuesto, que ese sea yo, que se refiriera mi amigo a mí o que yo mismo me identifique con ese personaje del que apenas nos dice Ferlosio nada más, seria muy inmodesto por mi parte atribuirme gestos liberadores, heroicos, desatascadores, animados por el deseo de permitir acaso la posibilidad de pensar, no sería posible, digo, salvo si reduzco todo esto a pequeños, insignificantes gestos donde apenas, bienintencionadamente es posible rastrear una analogía y de los que sólo me he acordado leyendo esas memorias de Auster.
Ah, para el segundo sentido en que las cosas pueden ser tomadas, Orlando Osorio (O. O.) me pidió por favor incluir unas preguntas para su monumental obra "Prometo no leerte: la blogosfera se expande. Del tiempo finito y de la roca". He conservado las preguntas pero la respuesta a sus impertinencias y comentarios de dudoso gusto quedará sólo entre él y yo.
1. 1982. Voy al colegio. Es un colegio católico. Tengo 11 años. Es el año del Mundial de Fútbol que se celebra en España. El colegio participa en lo que llaman "mundialito cultural". Una competición entre colegios valencianos televisada. Quiero ver mi imagen en televisión. A ese mundial cultural sólo pueden ir los estudiantes con mejores notas. Hay que sacar muchos sobresalientes. Yo nunca lo he hecho pero me esfuerzo tanto esos meses (quiero realmente participar en ese mundialito cultural para salir por televisión) que finalmente consigo que por notas me corresponda ir. Soy el primero y espero la llamada del profesor pero el profesor (el padre salesiano) salta mi nombre y hace que vaya el que está por debajo de mí. Dice que él es mejor estudiante. Soy muy pequeño, aún no sé de los peligros de esa ontología de lo cotidiano. No digo nada pero me entristece tanto que no admito que me entristece. Meses más tarde el colegio inaugura un sistema para que opinemos sobre nuestros profesores y sobre el centro (con la perspectiva del tiempo entenderé que hacía entonces 7 años que había muerto Franco y todos estaban despistados). La opinión se debe dar de forma sincera y nos dicen que estemos tranquilos porque es algo anónimo. Anoto sólo que me parece injusto que los que hemos renunciado a recibir el sacramento de la confirmación no podamos tener ya sobresaliente en religión y es que de alguna forma desde el asunto del "mundialito" sigo obsesionado por las calificaciones (paradójicamante luego atravesaré fases de profundo escepticismo meritocrático alternadas por añoranzas de mérito en entornos de proximidad). No quiero que acusen a otro de opinar así, ni veo nada malo en firmar la carta. No lo hago sólo por mí, lo hago porque ya me he vuelto pronta, decidida, irreversiblemente crítico con los sistemas de evaluación y de enseñanza. Cuando llega la siguiente clase de religión todo está a oscuras. El ambiente es muy frío. Más frío que de costumbre. El profesor (Don Vicent) ha apagado todas las luces salvo una que alumbra una silla. Todos tenemos miedo y permanecemos callados. Con voz grave dice que ahí va a sentarse "el que se cree más listo", "el que sabe cómo hacer las cosas", "el que se cree más justo", "el que se cree merecerlo todo" ese, dice "¡ese va a ser examinado!". Sólo yo sé que es a mí a quien se refiere. Soy yo quien va a ser examinado. Tengo 11 años y no puedo tragar saliva. Antes de que coja un grueso, cueriforrado y negro ejemplar de la Biblia y esta vuele por el aire en la oscuridad lanzando intermitentes destellos dorados y él, su rostro ya manifestándose bajo la luz, empiece a gritar pasajes del antiguo testamento presa de un rapto cuya naturaleza nunca he llegado del todo a comprender algo dentro de mí sabe que siempre habré de acordarme de todo eso.
O. O. ¿Cuál fue el acto desinteresado, o por decirlo de la forma simbólica arriba señalada el "quitar la herrumbre a la veleta"? ¿Qué elementos contrarios a sus intenciones iniciales fueron sobre todo subrayados por parte del afantasmado docente en su epatante, oscurecida, vociferante epifanía?
"ruido de veleta": kilométrica, rocosa y seguramente arriesgada sobreexposición de uno mismo con el hilo conductor de la relación del bloguero con una cita de Ferlosio, malentendidos sociales pero también vitales y quizás la inmadurez como trasfondo
Palabras clave: ruido, veleta
Llevo muchos días sin salir de la gesthouse y de la biblioteca de la Universidad de Radboud y es cierto que este apartamento se ha convertido en un universo cálida, meticulosamente ordenado: en una mesa extendidos los diferentes textos sobre refugiados, extranjeros, gitanos, apátridas y otras minorías con los que trabajo; en otra un par de ordenadores portátiles con los que resuelvo cuestiones administrativas, docentes, respondo correos, preparo clases, escribo. Un vez por semana bajo a la ciudad a ver a los cisnes negros que no son una banda holandesa de rock gótico sino un par de anátidas, oscuras, anseriformes aves con las que he trabado si no una amistad sí una cierta complicidad muy relacionada con su afán por buscar el sol en la parte más cálida del lago donde se hallan confinadas.
Me permito al caer la noche leer "Diaro de Invierno" de Paul Auster. Estoy contento porque he encontrado al fin tiempo para hacer cosas que normalmente no puedo hacer en casa, por ejemplo escuchar hasta bien entrada la noche a Leos Janácek, ver RTVE a la carta, poner una y otra vez el programa "Carne cruda" de Radio 3 o leer el excelente blog de Clément Cadou.
A la vez madrugo mucho, y quizás por ese sin fin de actos excesivamente conscientes en la soledad de este universo armónico he creído detectar por omisión (o por reducción de la extensión) un cierto malestar por parte de algunos compañeros del lugar donde trabajo y me pongo a pensar a qué se ha podido deber. En fin, en fin, serán imaginaciones mías, me digo, aunque a veces envuelto en complicados malentendidos algo se ha interpretado contra mi intención y desde la nebulosa cena del pasado ha regresado a mis oídos fuera de contexto una boutade de pésimo gusto en la que no me reconozco. Me siento fatal cuando pasan esas cosas. ¿Da todo esto para una entrada en el blog?
La lectura del libro de Auster me ha hecho evocar mis propios recuerdos. A su vez, cuando leo el blog de mi amigo Clément Cadou recuerdo que su autor me regaló una vez una novela, creo que una de Thomas Bernhard que me había dedicado frontispiciándola con un selecto extracto de un texto de Sánchez Ferlosio. Venía a retratar (no lo tengo delante) a alguien que preocupado porque la veleta se había quedado atrapada por la herrumbre se molesta en subir y desatascarla siendo acusado por la gente de querer manejar el viento a su antojo.
De todo lo que sigue, no cabe deducirse, por supuesto, que ese sea yo, que se refiriera mi amigo a mí o que yo mismo me identifique con ese personaje del que apenas nos dice Ferlosio nada más, seria muy inmodesto por mi parte atribuirme gestos liberadores, heroicos, desatascadores, animados por el deseo de permitir acaso la posibilidad de pensar, no sería posible, digo, salvo si reduzco todo esto a pequeños, insignificantes gestos donde apenas, bienintencionadamente es posible rastrear una analogía y de los que sólo me he acordado leyendo esas memorias de Auster.
Ah, para el segundo sentido en que las cosas pueden ser tomadas, Orlando Osorio (O. O.) me pidió por favor incluir unas preguntas para su monumental obra "Prometo no leerte: la blogosfera se expande. Del tiempo finito y de la roca". He conservado las preguntas pero la respuesta a sus impertinencias y comentarios de dudoso gusto quedará sólo entre él y yo.
1. 1982. Voy al colegio. Es un colegio católico. Tengo 11 años. Es el año del Mundial de Fútbol que se celebra en España. El colegio participa en lo que llaman "mundialito cultural". Una competición entre colegios valencianos televisada. Quiero ver mi imagen en televisión. A ese mundial cultural sólo pueden ir los estudiantes con mejores notas. Hay que sacar muchos sobresalientes. Yo nunca lo he hecho pero me esfuerzo tanto esos meses (quiero realmente participar en ese mundialito cultural para salir por televisión) que finalmente consigo que por notas me corresponda ir. Soy el primero y espero la llamada del profesor pero el profesor (el padre salesiano) salta mi nombre y hace que vaya el que está por debajo de mí. Dice que él es mejor estudiante. Soy muy pequeño, aún no sé de los peligros de esa ontología de lo cotidiano. No digo nada pero me entristece tanto que no admito que me entristece. Meses más tarde el colegio inaugura un sistema para que opinemos sobre nuestros profesores y sobre el centro (con la perspectiva del tiempo entenderé que hacía entonces 7 años que había muerto Franco y todos estaban despistados). La opinión se debe dar de forma sincera y nos dicen que estemos tranquilos porque es algo anónimo. Anoto sólo que me parece injusto que los que hemos renunciado a recibir el sacramento de la confirmación no podamos tener ya sobresaliente en religión y es que de alguna forma desde el asunto del "mundialito" sigo obsesionado por las calificaciones (paradójicamante luego atravesaré fases de profundo escepticismo meritocrático alternadas por añoranzas de mérito en entornos de proximidad). No quiero que acusen a otro de opinar así, ni veo nada malo en firmar la carta. No lo hago sólo por mí, lo hago porque ya me he vuelto pronta, decidida, irreversiblemente crítico con los sistemas de evaluación y de enseñanza. Cuando llega la siguiente clase de religión todo está a oscuras. El ambiente es muy frío. Más frío que de costumbre. El profesor (Don Vicent) ha apagado todas las luces salvo una que alumbra una silla. Todos tenemos miedo y permanecemos callados. Con voz grave dice que ahí va a sentarse "el que se cree más listo", "el que sabe cómo hacer las cosas", "el que se cree más justo", "el que se cree merecerlo todo" ese, dice "¡ese va a ser examinado!". Sólo yo sé que es a mí a quien se refiere. Soy yo quien va a ser examinado. Tengo 11 años y no puedo tragar saliva. Antes de que coja un grueso, cueriforrado y negro ejemplar de la Biblia y esta vuele por el aire en la oscuridad lanzando intermitentes destellos dorados y él, su rostro ya manifestándose bajo la luz, empiece a gritar pasajes del antiguo testamento presa de un rapto cuya naturaleza nunca he llegado del todo a comprender algo dentro de mí sabe que siempre habré de acordarme de todo eso.
O. O. ¿Cuál fue el acto desinteresado, o por decirlo de la forma simbólica arriba señalada el "quitar la herrumbre a la veleta"? ¿Qué elementos contrarios a sus intenciones iniciales fueron sobre todo subrayados por parte del afantasmado docente en su epatante, oscurecida, vociferante epifanía?
2. 1998. Tengo 27 años. Estoy asistiendo a los últimos cursos de doctorado en la universidad. He escogido uno de alemán jurídico. Soy puntual y me esfuerzo. El curso es muy minoritario, apenas somos cuatro estudiantes distribuidos en una amplia mesa de madera. Una compañera (a la que nunca más he vuelto a ver) me pregunta una tarde si me va bien ese horario tan malo (las clases son a mediodía y dejan mucho hueco entre el final y el siguiente curso). Yo le contesto que me da igual que me llevo unos libros y aprovecho para leer. Ella insiste en que sería mejor cambiar los días que qué me parece. Le contesto lo mismo. ¿Pero no te vendría mejor? Le digo que sí. A la semana siguiente antes de entrar a clase el profesor me aborda en la puerta impidiéndome la entrada con el dedo levantado. Me dice que si no me gusta el horario no debía haber escogido ese curso que él no lo va a cambiar, que en Alemania mi actitud sería inadmisible. Mi compañera (ella ya está dentro, ella sí ha podido pasar) le ha dicho que algunos de sus compañeros no estaban de acuerdo con el horario. En ningún momento se me pasa por la cabeza decir que no había sido idea mía (me parece una bajeza, una falta de... estilo). Me callo igual que ella permanece callada (aunque ella dentro de la sala). Del profesor recuerdo su largo dedo frente a mi cara, la expresión "zu Rechnung halten" y sus implicaciones epistemológicas en los ámbitos civil y mercantil, recuerdo también su mirada (tenía, tiene aún, un marcado estrabismo). Al acabar el curso me calificó por debajo de mi rendimiento y de mi esfuerzo. Fue la única asignatura en la que no obtuve sobresaliente. Me acuerdo de él (más que de ella) por no conocerme, por no reconocerme y aún hoy no saludarme, por esa desviación del alineamiento de un ojo en relación con el otro, una desviación que siempre he asociado con el temperamento germanófilo.
O. O. ¿Por qué el cambio en su respuesta ante la femenina insistencia? ¿Qué clave gnoseólógica o de simple teoría del conocimiento ha conservado de la expresión alemana mencionada en relación con los usos del comercio en los territorios europeos de la entonces Prusia y la polémica más general entorno a la codificación alemana, hablo por supuesto de Savigny y Thibaut? ¿Está forzando la semántica, subordinando, por decirlo así, al ritmo el significado?
O. O. ¿Por qué el cambio en su respuesta ante la femenina insistencia? ¿Qué clave gnoseólógica o de simple teoría del conocimiento ha conservado de la expresión alemana mencionada en relación con los usos del comercio en los territorios europeos de la entonces Prusia y la polémica más general entorno a la codificación alemana, hablo por supuesto de Savigny y Thibaut? ¿Está forzando la semántica, subordinando, por decirlo así, al ritmo el significado?
3. Tengo 31 años. Llevo un año separado de mi primera mujer. Nos estamos divorciando. Ella solía guardarme notas entre los libros que ponían "te quiero". Las encontraba o caían por sorpresa al abrir una página al azar. Dostoievsky, Kafka, Joseph Conrad, Henry James guardaban inesperadas declaraciones de amor que me sorprendían en viajes de trabajo, ora en Lisboa, ora en Budapest . Es una época verdaderamente mala aunque mucho mejor que los meses que dieron lugar a la separación. Llevo ya tiempo tomando antabuse, un medicamento que le recetan a los alcohólicos para dejar de beber. Si bebes te pones tan enfermo que se te quitan las ganas de volver a saltarte la prohibición. De esa forma puedo concentrarme en una segunda licenciatura mientras trabajo y además doy clases los fines de semana y acabo un largo estudio sobre la obra de Scott Fitzgerald. Mi ex mujer se ha marchado a Italia definitivamente. Alquilo un ático en una buena finca de Valencia. Nada más me pongo a vivir comienzan a visitarme muchas amigas solteras pero yo aún no quiero estar con nadie. He estado tanto tiempo con ella que no entiendo la idea de acostarme tan pronto con una desconocida. Entre ellas una (V.) me resulta especialmente atractiva y muy inteligente. Me pide quedarse simplemente a dormir. Yo me paso la noche leyendo, buscando un poema en concreto en los estantes, en un mar de dudas hacia ella y acerca de lo que quiero hacer, dudas que escenifico deteniéndome ante la puerta sin saber si entrar a mi dormitorio, dudas que también traslado hacia los libros, no sé cuál escoger, la noche pasa sin hacer ruido. Cuando amanece me bajo a la calle a comprar el pan. Cuando subo ella me mira con extrañeza y me dice que no me entiende y que es un poco pronto para "ese sentimiento". Yo no sé a qué se refiere. Solamente al irse descubro que todo el suelo desde el dormitorio hasta el sofá donde estuve leyendo esa noche es una constelación de hojitas que ponen "te quiero" al parecer caídas en mis paseos nocturno. Hojas caídas de forma desapercibida para mí que andaba concentrado en amortiguar mis huesos, afantasmado en el silencio para no despertarla, buscando una lectura en particular, absorto, despistado, pensando en entrar al dormitorio, saliendo de éste sin entrar, reparando mentalmente algunos hechos del día que acababa, leyendo, tomando una taza de café, sentándome de nuevo con un libro, orinando, acaso aventurando en el futuro, la mirada fuera de la página, otra o muchas noches, estas sin luz. Nada pasó y nunca nos miramos a los ojos.
O. O. Perdone estaba despistado ¿Si le he entendido bien, pensó esa joven agraciada por su envoltorio físico y por constituir una excepción en la rutina sentimental de C. que las notas caídas por casualidad iban dirigidas a ella? ¿Barruntó que el suelo había sido alfombrado deliberadamente de "te quieros" por usted? ¿Dedujo ella, con un frío calambre en el cerebro y un ojo ya en la puerta, que pretendía usted empalagosa, almibaradamente sorprenderla en su confuso, matutino caminar? ¿En qué iba a consistir el desayuno?
O. O. Perdone estaba despistado ¿Si le he entendido bien, pensó esa joven agraciada por su envoltorio físico y por constituir una excepción en la rutina sentimental de C. que las notas caídas por casualidad iban dirigidas a ella? ¿Barruntó que el suelo había sido alfombrado deliberadamente de "te quieros" por usted? ¿Dedujo ella, con un frío calambre en el cerebro y un ojo ya en la puerta, que pretendía usted empalagosa, almibaradamente sorprenderla en su confuso, matutino caminar? ¿En qué iba a consistir el desayuno?
4. Tengo 34 años. Estoy en Saigón (Ho Chi Minh) aterrizo antes de amanecer pero no me han llegado las maletas y a las 09:00 tengo programada una reunión en la oficina comercial de la embajada. Hay gente de otras empresas. a todos les ha pasado lo mismo. entre el brutal horario, el largo viaje y la imposibilidad de ir vestido de forma decente, optan por quedarse en el hotel y disculparse luego. Ha llovido tan fuerte que todos hemos quedado aturdidos. He visitado casi todos los países del mundo pero siempre por trabajo. Nunca antes había estado en Vietnam. Cuento el dinero que tengo y me voy corriendo por la calle, la sensación es completamente onírica. Hay una pequeña neblina. Personas acunclilladas cocinando en las calles. Todo me parece... denso. No dejo de correr hasta llegar a una tienda donde compro unos zapatos y una camisa de manga corta (hay una humedad insoportable) y una corbata sobria. Me cambio en el probador ante la mirada oblicua de la familia del dependiente y llego justo a la cita. Un comerciante me ofrece un negocio turbio y dinero en metálico. Me niego. Antes de que acabe la jornada he cerrado un acuerdo bueno para quienes trabajo. A la tarde regreso derrotado al hotel. Todo ha ido tan bien. Estoy contento y me siento especial ya que mi comportamiento aunque llamativo a los ojos de la expedición ha resultado provechoso. Bajo a la calle y nunca he sentido un aire tan dulce. Calibro mentalmente la hora de España. Estoy tan exultante que no quiero disfrutar sólo ese momento, quiero compartirlo con alguien y envío un mensaje a una amiga a la que creo recordar que le gustaban estos paisajes asiáticos. Espero mucho tiempo su respuesta. Le hubiera contado lo bonito que era todo lo que estaba viendo. Nunca me contestó y luego nuestra incipiente amistad se enfrió para siempre. Años más tarde y sólo por una compleja casualidad me entero que cuando recibió aquel mensaje le dijo a la persona con la que se encontraba que Jesús era muy raro que a veces se creía que era de noche y que estaba en Vietnam.
O. O. ¿De qué naturaleza era el sentimiento que empujó el mensaje de oriente hacia occidente y a qué atribuyó en su momento la ausencia de respuesta desde occidente hasta el oriente? ¿Tiene usted aquí algo de comer?
O. O. ¿De qué naturaleza era el sentimiento que empujó el mensaje de oriente hacia occidente y a qué atribuyó en su momento la ausencia de respuesta desde occidente hasta el oriente? ¿Tiene usted aquí algo de comer?
5. Cumplo 37 años. He conocido a la mujer de mi vida (G.). Nuestro noviazgo transcurre en un local de jazz, entre mucho humo, aventuras, risas y canciones de Tom Waits. Nos creemos bendecidos. Pero casualmente, descubrimos que su mejor amigo resulta ser hermano de mi primera mujer. No tarda en recomendarle que huya. Cuando ella me cuenta por todo lo que está pasando le envío un correo electrónico romántico y por momentos subido de tono eróticamente hablando. No sé si esto se va a entender bien. Pero por error ¡se lo envío a mi exmujer en Italia! Al cabo de los días y con ese correo como prueba definitiva soy acusado ante ella por mi ex familia política como un ser maquiavélico y luciferino extremadamente perverso. A mí en ese momento me de igual. Yo sólo pienso en G. Cuando nos encontramos para darle una explicación no me atrevo a mirarle a la cara, silenciosa (no nos decimos nada), dulce, inesperadamente ella me lanza una sonrisa tan luminosa que, lo supe más tarde leyendo diagonalmente en la peluquería un ejemplar de la Optical & Space Review, sólo pudo captarse en su perfecta completud por el telescopio espacial al que diera nombre Edwin Hubble.
O.O. Ha conseguido usted llamar mi atención y empiezo a explicarme sus temores acerca de su especial tendencia al malentendido. Entiendo que ella le conocía a usted bien, a su despiste quiero decir. Esta vez me ha conmovido su historia y no tengo ninguna pregunta. Acérqueme ese pañuelo, por favor.
6. Estoy en Colombia. Tengo 40 años. Me han invitado a impartir un módulo en un Master de Filosofía Contemporánea de Derecho. La sesión aunque larga les ha gustado a todos y ha sido muy agradable. Unas semanas antes he comenzado un proyecto que se llama "la norma y la imagen" que además de mantener un blog del mismo nombre, consiste en la posibilidad de compartir imágenes, representaciones iconograficas, cuadros, novelas, etc. que tengan un trasfondo normativo y... bueno algo un poco más largo, entre otros canales las imágenes se comparten a través de la red social facebook (la pantalla preferida en la bibliotecas universitarias, al menos hace un par de años). El caso es que lo enseño en clase del máster para acabar de forma distendida. Uno de los asistentes, un joven e inteligente juez me pregunta si no tengo miedo de que alguien haga mal uso de la página o aproveche para insultarme a mí. Le digo que no quiero dejar de hacer nada en lo que creo por temor. Al llegar al hotel como no tengo permitido salir a la calle (cuestiones de seguridad, alguien mencionó a las FARC) me conecto a internet en el businesss room. Sólo supe que me había dejado la sesión abierta cuando mi mujer (mi segunda mujer) me llamó porque estaba poniendo cosas muy raras en facebook... Al parecer algún huésped o empleado del hotel se había pasado la noche lanzando obscenidades, casándome con un antiguo compañero de trabajo, iniciando diálogos provocativos que acababan invariablemente de forma ofensiva contra un conocido confiado o un interlocutor de buena fe, había pasado horas sumergido en un tipo de diversión que se me escapa, criticando en mi nombre al personal de todas las universidades con las que tenía contacto, insultando con mi cara (face) a los amigos que estuvieran conectados. Aún muchos de ellos no me dirigen la palabra.
O. O. Enumere en orden de gravedad decreciente los calificativos que vinieron a su cabeza tras la actuación de ese energúmeno suplantador de la personalidad, individual y genéricamente, esto es, de la forma en que se bastó a sí mismo y también en relación con el hombre en abstracto o en tanto que especie.
O.O. Bueno, Cívico, ha sido un placer platicar con usted. Responda finalmente, por favor, a ser posible de forma sucinta (hace tiempo que se hizo tarde) negativa o afirmativamente a esta última pregunta: ¿Subyace a alguno de los episodios enumerados como del 1 al 6 un propósito de enseñanza moral o moraleja en lo que tiene que ver con el sujeto-objeto de esta a su decir incompleta pero representativa relación de telúricas, hermenéuticas, humanas veleidades que no supieron ver el ahora cándido ahora honrado móvil que motivaba cada una de las pequeñas acciones referidas, llamémoslas un modesto quitar la herrumbre de la veleta, sino más bien, sospecharon, cuando no abrigaron directamente un fuerte, humano recelo hacia los vectores que impulsaban ese hacer frente a no hacer, ese actuar frente al mero omitir, llamémoslo ser acusado de querer manejar el viento a su antojo?
C. En absoluto.
O.O. Ha conseguido usted llamar mi atención y empiezo a explicarme sus temores acerca de su especial tendencia al malentendido. Entiendo que ella le conocía a usted bien, a su despiste quiero decir. Esta vez me ha conmovido su historia y no tengo ninguna pregunta. Acérqueme ese pañuelo, por favor.
6. Estoy en Colombia. Tengo 40 años. Me han invitado a impartir un módulo en un Master de Filosofía Contemporánea de Derecho. La sesión aunque larga les ha gustado a todos y ha sido muy agradable. Unas semanas antes he comenzado un proyecto que se llama "la norma y la imagen" que además de mantener un blog del mismo nombre, consiste en la posibilidad de compartir imágenes, representaciones iconograficas, cuadros, novelas, etc. que tengan un trasfondo normativo y... bueno algo un poco más largo, entre otros canales las imágenes se comparten a través de la red social facebook (la pantalla preferida en la bibliotecas universitarias, al menos hace un par de años). El caso es que lo enseño en clase del máster para acabar de forma distendida. Uno de los asistentes, un joven e inteligente juez me pregunta si no tengo miedo de que alguien haga mal uso de la página o aproveche para insultarme a mí. Le digo que no quiero dejar de hacer nada en lo que creo por temor. Al llegar al hotel como no tengo permitido salir a la calle (cuestiones de seguridad, alguien mencionó a las FARC) me conecto a internet en el businesss room. Sólo supe que me había dejado la sesión abierta cuando mi mujer (mi segunda mujer) me llamó porque estaba poniendo cosas muy raras en facebook... Al parecer algún huésped o empleado del hotel se había pasado la noche lanzando obscenidades, casándome con un antiguo compañero de trabajo, iniciando diálogos provocativos que acababan invariablemente de forma ofensiva contra un conocido confiado o un interlocutor de buena fe, había pasado horas sumergido en un tipo de diversión que se me escapa, criticando en mi nombre al personal de todas las universidades con las que tenía contacto, insultando con mi cara (face) a los amigos que estuvieran conectados. Aún muchos de ellos no me dirigen la palabra.
O. O. Enumere en orden de gravedad decreciente los calificativos que vinieron a su cabeza tras la actuación de ese energúmeno suplantador de la personalidad, individual y genéricamente, esto es, de la forma en que se bastó a sí mismo y también en relación con el hombre en abstracto o en tanto que especie.
O.O. Bueno, Cívico, ha sido un placer platicar con usted. Responda finalmente, por favor, a ser posible de forma sucinta (hace tiempo que se hizo tarde) negativa o afirmativamente a esta última pregunta: ¿Subyace a alguno de los episodios enumerados como del 1 al 6 un propósito de enseñanza moral o moraleja en lo que tiene que ver con el sujeto-objeto de esta a su decir incompleta pero representativa relación de telúricas, hermenéuticas, humanas veleidades que no supieron ver el ahora cándido ahora honrado móvil que motivaba cada una de las pequeñas acciones referidas, llamémoslas un modesto quitar la herrumbre de la veleta, sino más bien, sospecharon, cuando no abrigaron directamente un fuerte, humano recelo hacia los vectores que impulsaban ese hacer frente a no hacer, ese actuar frente al mero omitir, llamémoslo ser acusado de querer manejar el viento a su antojo?
C. En absoluto.