Intervención humanitaria, porque lo de antes, lo que ha dejado el suelo lleno de huesos quebrados, rebanadas de carne roja y fina como lonchitas de jamón curado, niñas violadas y cuerpos descuartizados, ha sido una intervención humana. Y en un charco, humilde, un libro de Virgilio y La muerte de Virgilio de Broch, el anacronismo sacro del divertimento político, un “barroco fúnebre” en expresión de Roland Barthes.
Es sórdido nuestro interior como el pulmón de los humildes.
J. G. Cívico, Una casa holandesa, willliam hope hodgson (ed.) massarrojos, nueva inglaterra, 2013, p. 14.
"En todo caso, y por duro que fuera el verano de Argelia, cuando los barcos sobrecargados se llevaban funcionarios y gentes pudientes (que volvían con fabulosas e increíbles descripciones de prados feraces donde el agua corría en pleno mes de agosto) a recuperarse de los "buenos aires de Francia", la vida en los barrios pobres no cambiaba absolutamente nada y, lejos de vaciarse a medias como los del centro parecían, al contrario, aumentar su población por los innumerables niños que se volcaban en las calles.
Para Pierre y Jacques, que erraban por las calles secas, con sus alpargatas agujereadas, un pobre pantalón y una camiseta de algodón de escote redondo las vacaciones eran ante todo calor. La últimas lluvias databan, como mínimo, de abril o mayo. Durante semanas y meses, el sol, cada vez más fijo, cada vez más caliente, secaba, resecaba y calcinaba las paredes, trituraba los revoques, las piedras y las tejas, reduciéndolos a un polvo fino que, llevado por el viento, cubría las calles, los escaparates y las hojas de todos los árboles.
... en agosto el sol desaparecía bajo la pesada estopa de un cielo gris de calor, pesado, húmedo, del que bajaba una luz difuminada, blanquecina y agotadora para los ojos, que apagaba en las calles las últimas huellas de color.
... la abuela de Jacques trabajaba por la mañana y circulaba descalza por las habitaciones en penumbra, vestida con una simple camisa, agitando mecánicamente el abanico de paja, arrastrando a Jacques a la cama a la hora de la siesta y esperando el primer fresco de la noche para volver a sus tareas. Durante semanas el verano y sus súbditos se arrastraban bajo el cielo pesado, húmedo y tórrido...
... Y de pronto el cielo, contraído sobre sí mismo hasta la máxima tensión se partía en dos (...) entonces los niños se arrojaban a la calle, corrían bajo la lluvia con sus ropas ligeras y chapaleaban dichosos en el agua que fluía a borbotones por la cuneta, formaban corros en los grandes charcos, cogiéndose de los hombros, las caras llenas de gritos y risas. recibiendo la lluvia incesante chapoteando rítmicamente en el agua sucia de la nueva vendimia, más embriagadora que el vino.
Ah, sí, el calor era terrible y a menudo volvía locos a casi todos, cada día más nerviosos y sin fuerzas ni energías para reaccionar, gritar, insultar o golpear, y el nerviosismo se acumulaba como el calor, hasta estallar aquí o allá en el barrio leonado y triste, como aquel día en que, en la Rue de Lyon -casi en el borde el barrio árabe llamado el Marabout, alrededor del cementerio tallado en la greda roja de la colina-, Jacques vio salir del local polvoriento del peluquero moro a un árabe vestido de azul, con la cabeza rasurada, que dio unos pasos en la acera delante del niño, en una extraña actitud, el cuerpo inclinado hacia adelante, la cabeza mucho más echada atrás de lo que parecía posible, y en efecto, no lo era. El peluquero, que había enloquecido mientras lo afeitaba, había abierto de un solo navajazo la garganta ofrecida, y el otro no sintió, bajo el suave filo la sangre que lo asfixiaba y salió corriendo, como un pato semidegollado, mientras el peluquero, dominado inmediatamente por los clientes, lanzaba unos gritos terribles, terribles como el calor durante esos días interminables.
(...)
-El verano es demasiado largo -decía la abuela... "
Albert Camus, El primer hombre, trad. Aurora Bernárdez, Tusquets, Barcelona, 1994, págs. 219-222.