"Esperando la lluvia en agosto, la
cautela en el juicio, el aseo en la inteligencia, acaso la indulgencia, cierto
cariño para empezar. Sin embargo, al parecer no puede dejar de amanecer. La naturaleza, como el filósofo, también
sabe ponerse categórica."
"Inútil, inútil, inútil viajar a Holanda si se ha de
pasar antes por Bélgica"
J. G. Cívico, Una casa holandesa, Basten van Basten (ed.), Den Bosch, 2007.
1. Hablar a gritos
Guardo un improbable recuerdo de
una época anterior a la pubertad: mi
pediatra me dice con gravedad que evite las drogas, las orgías, el plátano, las religiones, los nacionalismos, la
berenjena, el tabaco, los huevos de insecto, los gritos, las convicciones
políticas, la zoofilia, la necrofagia, los seres humanos, la comida picante.
2. Imitar al imitador
La palabra μίμησις es posthomérica no aparece ni en Homero (en esa tradición
polifónica que llamamos Homero sin
que quepa decir que haya existido propiamente un poeta al que llamar así) ni en
Hesíodo. Su etimología es oscura como agua de lago en la noche y es probable
que se originará con los rituales y misterios del culto dionisiaco: en su
primer significado (bastante diferente al actual) representaba los actos de
culto de un sacerdote –baile, música y canto. Platón confirma esto, al igual
que Estabrón. En el ámbito estético y siguiendo a Tatarkiewicz, la palabra que
posteriormente habría de denotar el acto de reproducir la realidad en la
escultura y en las artes teatrales y visuales, no significó, en un principio
reproducir, la realidad externa, “sino expresar lo interior”.[1] Es muy
probable que fuera debido a los siempre intrincados intereses personales de Aristóteles
que la teoría de la imitación se preocupó durante siglos más de la poesía que
de las artes visuales. Como resulta sabido, para Aristóteles la «imitación»
fue, en primer lugar, la imitación de las actividades humanas; sin embargo, fue convirtiéndose gradualmente en la
imitación de la naturaleza, de la que se suponía derivaba su perfección. En
resumen y por volver al fenomenal trabajo de Tatarkiewicz, el período clásico
del siglo IV a. de J. C. utilizó cuatro conceptos diferentes de imitación: el concepto
ritualista (expresión), el concepto de Demócrito (imitación de los procesos
naturales), el concepto platónico (copia de la realidad), y el aristotélico (la
libre creación de una obra de arte basada en los elementos de la naturaleza).
Mientras que, por un lado, el concepto original fue eclipsándose gradualmente,
admitiéndose las ideas de Demócrito únicamente por unos cuantos pensadores
(Hipócrates y Lucrecio, entre otros) , tanto el concepto platónico como el
aristotélico demostraron ser conceptos básicos y duraderos en arte; se
fusionaron a menudo perdiéndose frecuentemente la conciencia de que eran
conceptos harto diferentes.
3. El futbolismo
Hay una insufrible pijería en el terrorismo, en su afán por
recrearse y someterse a la puerilidad de una jerarquía sostenida desde una
estética vacua, una jerarquía de la misma naturaleza que el resto de deportes
de equipo… Hay una insufrible pijería en el terrorismo, en su afán por
recrearse en la puerilidad (…) típica de los deportes de equipo… paradigmáticamente
del futbol. Además de compartir embrutecedora omnipresencia catódica ambos se
presentan rodeados cuando no estructurados en torno a la más banal de las
cursilerías.
Cursilerías, si fuera políticamente
correcto decirlo así, afeminadas.
4. Basar películas o novelas en hechos reales pensando que son más interesantes por ello
Tanto desgraciado en el talego por
un quí-ta-me-de-a-hí--e-sas pa-jas tanta tinieblista emparedada entre libros de
Bernhard y aún por tipificar el exceso de rayos uva, hablar en voz alta, el
chandalismo, la mezquindad, el realismo, los jersey rosas, las máquinas
tragaperras de los bares, las confesiones que no vienen a cuento, verídicas, verdaderas
o mal escritas, el panegrismo, la muy española (oscura, retrógrada, sucia, violenta, primitiva, tribal) costumbre de dar grima queriendo
dar grima.
La mayoría de la gente se inventa una versión de sí
misma demasiado veraz.
5. Construir aeropuertos
Muchos de nosotros repetimos en
el aeropuerto la espontánea reacción de Jacob, cuando visionó en sueños la
escalera que alcanzaba el Cielo y por la cual los ángeles subían y bajaban
atravesando la morada del Dios de Abraham.
La puerta de los Cielos. Los
aeropuertos. Zonas de tránsito entre el cielo y la Tierra.
Antes de tomar la piedra que le
servía de almohada leemos en el Génesis
que exclamó: “¡Qué terrible es este lugar!”
La mujer nos espetará al menos en
una ocasión todo el rencor acumulado en la historia en tanto que género
esclavizado y preterido. Y tendrá razón, al menos en esa ocasión.
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6. Dar codazos
El uso psicológico del codazo del uno-tras la
herencia y del otro-con-la-clase detrás-hasta-la-herencia tal como se propone
aquí, en tanto que un tipo de pecado (a kind of sin) no es lo mismo que el análisis psicológico del uso del mérito personal.
Ejemplo del primero es el núcleo de la prescripción elitista. Son clásicos los
estudios de Erich Fromm, Wilhem Reich o Theodor W. Adorno sobre los aspectos
psicológicos de la adhesión del individuo a los fascismos, y en concreto a la
figura del caudillo, del Führer, del Duce o de Salazar, como conocedor del
Destino, depositario de los más altos méritos y encarnación infalible de las
virtudes de la raza, de la patria y el por donde tira hoy Dios. La progresiva identificación del líder
fascista como el mejor hombre, encarnación de la más alta aptitud, epítome
de una íntima relación con el padre del crucificado, tanto por compartir su
oscura infalibilidad como por el metafísico origen de su poder y de su espada (así
en España los sujetos aún considerados como “grandes” de la patria y pro-hombres
reconocidos por distintas “órdenes del mérito”), la descripción del enemigo
como feo, con o sin gafas, incapaz, inferior o no apto dan cuenta de la
peculiar forma de entender la jxgraaaaarrrgh como piedra angular del discurso
del dominio de los mejores en el fascismo; por último, el enfrentamiento del
mérito de la fuerza, o del vigor frente al talento –gráficamente visible en la
quema de museos y bibliotecas y en el decir conozco a tal persona por la forma
en que da la mano o cómo lleva de limpios los zapatos- adelantan también el
carácter ideológico, histórico y cultural tanto de la idea del codazo del
uno-tras-la-herencia y del unocomoclaseenlocolectivo como de las posibilidades
de transvaloración de lo meritorio. Se puede hablar así sin excesiva violencia
de justificación “meritocrática” en sentido orgánico o estático –la axia o el axioma griego- o de distopía suicida
de Michel Young (The Rise of Meritocracy)-
un sistema de dominio y de estratificación rígido basado en la mejor aptitud de
una cultura –en el colonialismo- o de una raza –en el racismo- o de un pueblo (Volk)
en el fascismo. Este fenómeno resulta visible sobre todo en
el campo cultural, así en Europa el auge de la base meritoria, por decirlo así,
concretada en el talento certificado por el título académico significará no
sólo la exclusión de otros saberes no sancionados por la razón, sino también el
mirar mal o muy mal a toda actitud refractaria a la noción de progreso como
pulsión escatológica y a la política de depuración del pensar y del pensarse, o
por utilizar el lema de la Real Academia Española de la Lengua, de “limpieza” y
del limpiarse, del quitarse y alejarse de todo resto de “saber” o de “cultura”
no funcional a las gafas, las últimas obras de M. M., al porte serio, al hablar
como lento y afectado o a la idea mesiánica de progreso. Por ejemplo en la
situación de minorías “autóctonas” (los gitanos) o en los denominados
“problemas lingüísticos”. El mérito del origen geográfico, de una raza o de un
género es una constante cansina en cada intento de justificación del dominio (o
del exterminio). Así por el ático frente a otras polis, por el español frente
al “indio”, por el catalán frente al sevillano, por el sevillano frente al
gaditano, por el gaditano frente al mundo, por el europeo frente al bárbaro,
por el imperio frente a la colonia, por el ario frente al judío, por el
nacional y el ciudadano de la Unión frente al nacional de terceros países hoy Third Country Nationals o de forma
abreviada, inmigrante o TCN.
El aburrimiento, ese provincianismo
del espíritu demasiado orgullo de sí.
7. Presumir de saber mucha historia o de no saber nada de historia
Podríamos convenir, recurriendo a
la conocida imagen nemonística de Vladimir Nabokov, en que la cuna que mecía al
siglo XXI se balanceaba ya sobre un doble abismo: de un lado la historia que
Hegel definió como “ese inmenso matadero”. Absorbida el alma de las ruinas de
la granja orwelliana por las cámaras fotográficas de los cerdos que quedaron
vivos; del inconveniente de haber nacido ya en el burdel de lirios que no llegó
a ver Emil Cioran, el siglo XXI no supo aprender del siglo XX -ese reptil
totalitario y póstumo- alguna manera en que no quería ser. De otro lado la
predicción de Max Weber de “la jaula de hierro”, un horizonte férreo y
carcelario, un cul de sac
hiperracional informado por la misma gestell
heidegeriana como dispositivo que generaba, y no era probable dejar de verlo
así, la sistemática demolición de la tarde, remitiendo como única pauta de
verdad a la eficacia. El abismo observado por ese historiógrafo del futuro al
que recurría Helmut Dubiel le hubiera, podemos imaginarlo así, inspirado a
notar lo paradójico de una situación histórica que en su vertiente liberal
había producido ya suficientes síntomas para dudar de conceptos y categorías
tradicionales, pero que al mismo tiempo era demasiado
oscuro para poder fijar “lo nuevo” en una conceptualización propia. Roto el equilibrio antagónico
-conseguido no tanto por la preexistencia de un consenso sobre el valor del
respeto como por el reconocimiento resignado de las fuerzas de su mutua
incapacidad de desollarse vivos- la celebración del triunfo, como
radicalización de ideario, era tan fea como precipitada. Sí, el “efecto
frontón” fue tan considerable que habría repercutido trágicamente en los
aparentes vencedores. Esto es, la pretendida pérdida de sentido de las
ideologías de izquierda habría terminado a su vez por influir en las de la
derecha que en definitiva, como siempre, no tenían otra razón de ser que la de
refutar aquellas. De nuevo, la misma idea que expresara Nietzsche a modo de
aforismo, “en situaciones de paz el hombre belicoso se abalanza sobre sí
mismo”. Y mientras la cabeza vacía que
sostenía la manzana insolidaria se paseaba por la sociedad samuelsoniana de los
dos tercios sorteando las diatribas como flechas neopuritanas del tipo de las
de Gilles Lipovetsky y todos añorábamos la comprometida puntería de Guillermo
Tell, estábamos sí, como vio el sociólogo Gil Calvo, como asnos de Buridán atrapados entre dos tentaciones, “la nostalgia de la teocracia”, respuesta
reaccionaria que reclamaría el retorno de los dioses que enterraron Nietzsche y
Dostoievski o la atracción del abismo nihilista desertor de toda voluntad de
conocimiento y de cambio. Puritanamente, se consiguió, al
menos uno siempre lo ha creído así, no caer en ninguna de ellas, o mejor aún, no caer en nada, no caer sobre ningún
lugar, no caer en lado alguno, no caer ni siquiera hacia abajo, simplemente dejar de hacer pie.
[1]
TATARKIEWICZ, W., “Mimesis: historia de la relación del arte con la realidad”, Historia de seis ideas, Trad. Francisco
Rodríguez Martín, Madrid, Tecnos, 2007, p. 301.
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